Cuenta atrás para que miles de turistas y atletas de todo el mundo empiecen a pisar tierras cariocas para el mayor evento deportivo del año: los Juegos Olímpicos de Río. 
 

Brasil atraviesa uno de sus peores momentos y parece que los ánimos no están para fiestas: crisis política, estado de calamidad, miedo al zika, infraestructuras que se acaban a contrarreloj, etc. El país anfitrión tiene, además, fuera de los estadios otra amenaza para sus visitantes: la clonación de tarjetas de débito y crédito, cuyos delincuentes no desperdiciarán tal oportunidad. Brasil es el tercer país con más número de clonaciones después de México y Estados Unidos, según una investigación reciente de la empresa Aite Group.
 

Eugenia de Muga, una catalana fisioterapeuta que reside en Río desde hace tres años, ha sido víctima de cinco clonaciones en seis meses. “La primera vez, se gastaron 8.100 euros en compras en la tienda Apple, en hoteles de lujo, fiestas y eventos. Y sólo me di cuenta días después lo cual me entró un sentimiento de impotencia y desesperación”, recuerda.
 

En su caso, utilizaron el denominado Chupa-Cabra, un troyano creado en 2010 que utilizan los cibercriminales para infectar POSs o cajeros automáticos. Su uso es sencillo: colocan el objeto de plástico en la entrada de tarjetas de los cajeros automáticos o en los POS de cualquier establecimiento. Este aparato copia en un ordenador los datos necesarios como el número de la misma, la fecha de caducidad, el código de servicio y el CVV.
 

“La mayoría de las veces que me han clonado ha sido en los bancos, pero también sospecho de una tienda de zumos. Lo peor es que sucede donde menos te los esperas. No puedes confiar en ningún sitio. Muchos brasileños me han dicho que donde más se cometen estos delitos es en las gasolineras”, comenta De Muga, que después de meses luchando para recuperar el dinero robado, Visa finalmente le devolvió la cuantía íntegra.
 

Brasil, la cuna del popular Chupa-Cabra, tiene los POS como uno de los sistemas de pago más extendidos en el país. Según el Banco Central Brasileño, las tarjetas de crédito y débito acaparan el 77% de todos sus pagos. De hecho, cuentan con 118 cajeros automáticos por cada 100.000 adultos. Esto hace que los ciberestafadores tengan una gran cantidad de oportunidades para conseguir sus objetivos. Aun así, la Policía Civil todavía no dispone del número de clonaciones que se cometen al año.
 

Los extranjeros no son el único foco de los ciberdelincuentes. Cristiane Carvalho, delegada titular de la Policía Civil, explica que un grupo de 3 mujeres jóvenes, guapas, de São Paulo, que no levantaban sospecha alguna, se dedicaban a engañar a personas de la tercera edad en Río de Janeiro.
 

“Colocaban un aparato en el cajero automático que no copiaba los datos, sino que retenía la tarjeta. Una de las mujeres fingía que su tarjeta también se había quedado dentro, llamaba al banco y le pasaba el teléfono a la víctima para poder bloquear la tarjeta. Al otro lado de la línea había otra persona de la cuadrilla que se hacía pasar por trabajador del banco y la víctima acababa pasando todos sus datos, incluyendo la contraseña bancaria. Después que la persona saliera del banco, los delincuentes recuperaban la tarjeta y con la contraseña se gastaban el dinero. Hubo una vez que la cuantía fue de 40 mil reales (unos 11 mil euros)”, cuenta.

La pena que les cayó a esas mujeres fue de cinco años de prisión por estafa. “No puedes confiar en nadie, hay que ir con cuidado y siempre tener tu tarjeta bajo vigilancia”, advierte Carvalho.

 

El robo por internet también es común y mucho más difícil de controlar. Sibelle de Medeiros compró un vinilo en una página web de discos, cuyo sistema de pago era vía paypal y consiguieron comprar bebidas alcohólicas y donar dinero a partidos brasileños a través de sus datos. “Lo descubrí cuando me llegó mi factura de crédito y me pegué un susto. Mira que tengo cuidado a la hora de pagar cosas por internet, pero aquí en Brasil es tan común, que casi es inevitable. A mi prima le clonaron la tarjeta y se gastaron el dinero alquilando una limousine en Ámsterdam”, explica.
 

Fuente: La Vanguardia, España